Un amor amazónico
- Daniela Racines
- 15 feb 2018
- 2 Min. de lectura
Tengo un cariño especial por la Amazonía de nuestro Ecuador. No solo por sus selvas y biodiversidad, sino porque de ahí es oriundo mi segundo amor perruno: Bigou.
Mientras realizaba la fase de campo de mi tesis de maestría en Dayuma, a unos 40 km de la ciudad del Coca, viví con una hermosa familia que se dedica al campo, y que ha sido además muy importante dentro de su comunidad: Óscar, Carmen, Marjorie y Fabricio (los Herrera-Armijos) me hicieron sentir como en mi propia casa, siempre. Y a ellos les debo haber conocido a Bigou.
En la finca tenían cinco perros, a todos los alimentan siempre, los vacunan, desparasitan y los bañan. Lastimosamente en Dayuma no hay veterinarios, no hay campañas de esterilización ni de adopción. En Coca hay algunos veterinarios, pero cada esterilización cuesta al menos $120, totalmente inasequible para la realidad que viven sus habitantes. Así que perros y gatos se reproducen, y se enferman, sin ningún control. Uno de esos fue el hermano de Bigou, que murió unos días antes de que yo regresara a Quito.
Bigou era muy inquieto, con unas enormes orejas, muy chiquito, no se parece a lo que es ahora. Pero algo que nunca cambió en él fue su personalidad amorosa y su personalidad territorial. Todos lo amaban en la casa, menos sus hermanos perros, no le dejaban comer y lo hacían a un lado. Pero cuando ellos se acercaban a los humanos, Bigou se lanzaba como un pitbull y mostraba sus diminutos dientes para decirles "los humanos son míos".
Antes de que yo llegara a la casa de los Herrera-Armijos, vivían tres chicas francesas, y ellas se encargaron de que Bigou sobreviviera los dos primeros meses de edad. Además le dieron su nombre: Bigou: Bi=dos; goût =sabor, porque es negro con blanco.
Cuando Marianne, mi compañera de campo y amiga (también francesa), y yo llegamos a donde los Herrera-Armijos, las otras chicas nos pidieron que no le cambiáramos el nombre y que lo cuidáramos mucho. Eso hice, fue amor a primera vista. Desde el día en que nos conocimos no pudimos separarnos. Yo le compartía una porción de mi desayuno, de mi almuerzo y de mi cena. Además compré antipulgas para todos los perritos de la casa, para al menos tenerlos unos días aliviados.
La llegada de Bigou a mi casa en Quito fue muy divertida. Nadie sabía, excepto mi papá y Bernardo. Yo ya tenía a Fermín en casa, entonces sabía que llevar un perro más iba a ser problemático. Aun así tomé la decisión de adoptarlo.
Llegó el día de irme. Tomamos un bus desde Dayuma hasta Coca porque yo debía tomar un vuelo ahí. Para mi mala suerte, no había llegado el avión que permite transportar animales, así que Marianne tuvo que regresar a Dayuma en bus y salir, también en bus, dos días más tarde hacia Quito. Viajaron casi 7 horas con dos paradas cortas. Marianne me dijo que Bigou fue extraordinario, nunca lloró, no se ensució y durmió casi todo el camino. Aquí empieza nuestra hermosa historia…

En un siguiente post les contaré las reacciones en casa. Casi nos toca darlo en adopción. ¡No te lo pierdas!
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